“El mundo está cambiando: lo siento en el agua, lo siento en la tierra, lo huelo en el aire”, fueron las palabras que Bárbol —un ent, un pastor de árboles— le soltó a lady Galadriel y a Celeborn cuando ambos se encaminaban a Lórien tras abandonar Minas Tirith.
Viene a cuento esta frase plasmada por J.R.R. Tolkien en el capítulo 6 del libro sexto de la novela “El Retorno del Rey”, cuya primera edición vio la luz en 1955, a propósito de la catástrofe que comenzamos a padecer como consecuencia del cambio climático.
Por décadas, nuestra necedad nos hizo actuar con desdén. Como sordos, ciegos y mudos avanzamos contra nuestros ríos, mares y bosques. Por ambición o por complacencia desoímos los clamores de expertos y activistas que por años nos alertaron —hasta quedar con la garganta destemplada y en carne viva— sobre el colapso medio ambiental que se atisbaba en lontananza.
La humanidad va en caída libre —sin tener el fondo a la vista, aparte de lo que nos dicen la sequía o estos calores infernales— porque pudo más nuestro amor al dinero y los placeres —tributos evanescentes de la depredación— que nuestro instinto de conservación.
¡Oaxaca está que arde! Eso es vox populi, como también la preocupación externalizada por los habitantes de núcleos urbanos y comunidades rurales por los recurrentes y explosivos incendios forestales o de pastizales que han devorado bosques lo mismo que cuencas resecas o lotes baldíos.
Con todo, actuamos con suma hipocresía. Pocos sembramos un árbol, casi nadie cosecha agua de lluvia; inclusive preferimos expandir el hormigón y el asfalto antes que proteger, preservar y defender las verdes praderas y los bosques antiguos.
Por amor al dinero ejidatarios, comuneros, alcaldes e inmobiliarias sin escrúpulos enajenan predios sin importarles el impacto ambiental o las consecuencias sociales que acarrean los asentamientos irregulares desprovistos de servicios y erigidos en medio de la nada.
Por años los estudiosos del cambio climático nos lo advirtieron: “¡eh! ¡que viene el lobo! ¡que viene el lobo!… ¡que viene el lobo!”
Tal como lo escribió en su tiempo el poeta León Felipe: “¡nadie le oyó! Los viejos rabadanes del mundo que escriben la historia a su capricho cerraron todos los postigos, se hicieron los sordos, se taparon los oídos con cemento”.
Ahora, como resultado de nuestra complicidad o avaricia hemos padecido en los primeros meses de este 2024 un total de 51 incendios, 37 forestales con saldo de 1,589.5 hectáreas pertenecientes a 32 municipios, y 14 incendios de pastizales que han escaldado 149.3 hectáreas en 10 demarcaciones territoriales.
De acuerdo con datos de la Comisión Estatal Forestal (COESFO), la región más afectada es la de Valles Centrales con 14 incendios forestales y 13 de pastizales, conflagraciones que han reducido a cenizas 232.89 y 139.33 hectáreas de material herbáceo, hojarasca, arbustivo, arbóreo y de renuevo, respectivamente.
A la sazón del calentamiento global y sus efectos nocivos, huelga decir que nos pasó como en la fábula del sapo y la carreta, en la que, estando el anfibio sobre el camino exclamó: “esa carreta que viene ahí me va a machucar”, pero no se movía; “esa carreta que viene ahí me va a aplastar”, se le oía decir al batracio, sin embargo, no se apartaba del sendero; ¡y esa carreta que viene ahí!… ¡lo destripó!
Pero no todo está perdido, pues frente al carácter estupefacto de la calamidad 4 mil 705 ciudadanos, entre comuneros y voluntarios, se han batido heroicamente contra las lenguas de fuego, con el apoyo de 441 y 130 brigadistas de la COESFO y CONAFOR, respectivamente; 172 guardias nacionales; 56 militares, entre soldados, oficiales y jefes; 78 y 40 elementos de Protección Civil y Protección Ambiental, respectivamente; 373 servidores públicos municipales; así como 99 funcionarios de otras dependencias estatales y federales.
Basta de comportarnos como adoloridos, arrinconados o con puntería de ciegos. Es tiempo de que actuemos en congruencia con el nivel de devastación que enfrentamos en aras de salvar nuestro único hogar interestelar, el planeta tierra. Porque en esta carrera hacia el abismo no habrá un ganador.