Cada 8 de marzo, las calles se tiñen de morado y verde, los cánticos resuenan con fuerza y las pintas en monumentos y paredes se convierten en un grito de denuncia. El Día Internacional de la Mujer no es una celebración; es un recordatorio de la lucha histórica por la igualdad y los derechos que aún se nos niegan. Como escribió la filósofa feminista Simone de Beauvoir en El segundo sexo: “No se nace mujer: se llega a serlo”. Y en esa construcción, el feminismo se ha convertido en la herramienta para desmontar un sistema que oprime.
¿Por qué el 8 de marzo?
Para entender la importancia de esta fecha, hay que remontarse a principios del siglo XX, cuando las mujeres trabajadoras comenzaron a alzar la voz contra la explotación laboral y la desigualdad de derechos. En 1908, más de 15,000 mujeres marcharon en Nueva York exigiendo reducción de la jornada laboral, mejores condiciones de trabajo y derecho al voto.

Pero fue en 1911 cuando ocurrió uno de los episodios más trágicos que marcó la historia del movimiento feminista: el incendio de la fábrica Triangle Shirtwaist, también en Nueva York. En aquel lugar, cientos de trabajadoras—en su mayoría mujeres inmigrantes—laboraban en condiciones inhumanas, encerradas en un edificio con puertas cerradas por fuera para evitar que tomaran descansos.
El 25 de marzo de ese año, un incendio arrasó la fábrica y, al no poder escapar, 146 personas murieron, 123 de ellas mujeres. Se dice que, cuando el fuego consumió el edificio, el humo que salía era de un tono violáceo debido a los textiles con los que trabajaban las empleadas. Con el tiempo, este color fue adoptado como un emblema de la lucha feminista, representando la dignidad, la justicia y la sororidad entre mujeres de todo el mundo.
El Día Internacional de la Mujer fue institucionalizado por la ONU en 1977, pero ya había sido promovido desde 1910 por la activista Clara Zetkin en la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas. Desde entonces, cada 8 de marzo es un día de reivindicación de los derechos de las mujeres y de denuncia de las violencias estructurales que persisten en todo el mundo.
¿Qué es el feminismo?
El feminismo es un movimiento político, social y cultural que busca la igualdad de derechos entre mujeres y hombres. Lejos de lo que muchos detractores afirman, no busca la superioridad de las mujeres, sino la eliminación del machismo y las estructuras de poder que perpetúan la desigualdad. Audre Lorde, una de las voces más influyentes del feminismo negro, afirmaba: “No seré una mujer libre mientras haya mujeres que no lo sean”. La lucha es colectiva y atraviesa todas las clases, razas y geografías.
Machismo: El enemigo silencioso
El machismo es la estructura ideológica que sostiene la discriminación de género. Se manifiesta en la violencia de género, la brecha salarial, la falta de representación en espacios de poder y en la normalización de conductas que perpetúan el sometimiento de las mujeres. La escritora y activista nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie lo explica en Todos deberíamos ser feministas: “El problema del género es que prescribe cómo debemos ser en lugar de reconocer cómo somos”.
La iconoclasia como herramienta de protesta
Uno de los elementos más controversiales de las marchas del 8M son las pintas y daños a monumentos. Pero, ¿por qué se hacen? La iconoclasia, o destrucción de símbolos, ha sido una estrategia histórica de los movimientos sociales para visibilizar injusticias. En un mundo donde la violencia contra las mujeres es ignorada, las paredes se convierten en lienzos de protesta. “Si no nos dejan gritar, pintamos”, se lee en las manifestaciones. La rabia es una respuesta legítima cuando las instituciones no garantizan justicia.
Deconstrucción: Romper para reconstruir
Para cambiar el sistema, es necesario deconstruirlo. La deconstrucción implica cuestionar las creencias y valores aprendidos desde la infancia que perpetúan el machismo. Es un ejercicio constante de análisis y desaprendizaje. Como explicó la antropóloga Rita Segato, “el patriarcado no es un conjunto de reglas, es un orden político”. Y desmontarlo requiere conciencia y acción.
¿Por qué es necesario marchar?
Las cifras son contundentes: en América Latina, 12 mujeres son asesinadas cada día por el simple hecho de ser mujeres. En México, 7 de cada 10 mujeres han sufrido algún tipo de violencia, y en 2023 se registraron 3,580 feminicidios en la región. El acoso, la brecha salarial, la falta de acceso a derechos reproductivos y la impunidad siguen marcando la vida de millones de mujeres.

El feminismo no es una guerra contra los hombres, ni una moda pasajera. Es la exigencia de una vida libre y digna para todas. Las feministas no son el enemigo; son mujeres, madres, hijas, hermanas y amigas que solo quieren lo que debería ser básico: vivir sin miedo. ¿Por qué mirar con desprecio a quienes exigen justicia? ¿Por qué condenar la rabia de quienes han perdido a sus hijas, madres o hermanas a causa de la violencia machista?
Ser feminista es reconocer que el mundo no es igual para todas y todos, y que cambiarlo es una tarea urgente. Apoyar la causa no significa estar de acuerdo con cada forma de protesta, sino entender que la desigualdad y la violencia de género son problemas reales que deben erradicarse. Mientras haya mujeres que teman caminar solas de noche, mientras se sigan encontrando cuerpos en fosas comunes, mientras una niña tenga miedo de hablar sobre el abuso que sufre en casa, el feminismo seguirá siendo una necesidad.
No se trata de elegir un bando, sino de decidir de qué lado de la historia queremos estar.