De carrera, unas palabras para exhibir algunas falacias pseudo-intelectuales y, de paso, desnudar la miseria cultural de algunos promotores de la autodenominada Cuarta Transformación.
El filósofo alemán Karl Marx, uno de los más influyentes del siglo XIX, no centró su obra en la promoción del odio entre clases, sino en el análisis de las dinámicas de poder y explotación en el sistema capitalista. Aun cuando reconocía que la lucha de clases podría llevar a conflictos violentos debido a la resistencia de las clases dominantes, en sus escritos Marx enfatizaba la necesidad de concienciar a los trabajadores sobre su situación y motivarlos a unirse en acción colectiva para superar la opresión y la explotación.
De acuerdo con la ética marxista, los líderes revolucionarios deben estar comprometidos profundamente con la causa proletaria, y su afán debe concentrarse en el bienestar colectivo por sobre los intereses personales. Aun cuando el intelectual no delineó una conducta específica, de sus postulados se advierte que esperaba transparencia, honestidad, humildad y un rechazo al enriquecimiento personal a expensas de otros. De ahí que, a través del ejemplo, los líderes comunistas deben ser capaces de educar y motivar a los trabajadores, fomentando la unidad y la cooperación para alcanzar una sociedad sin clases.
En tal sentido, queda claro que Marx Arriaga, director de Materiales Educativos en la Secretaría de Educación Pública (SEP), es un completo hipócrita. Una caricatura grotesca del movimiento lopezobradorista que propala odio entre clases. Un ser incongruente que predica frugalidad pero goza de emolumentos que ya quisiera cualquier proletario. Sí, el comunista descarriado engorda sus bolsillos con un salario bruto mensual de 147,757 pesos, para terminar recibiendo, después de deducciones, un salario neto de aproximadamente 102,691 pesos. Una paga digna de un burgués. Un privilegio con el que solventa sus esnobismos. Nada que ver con la condición paupérrima que enfrentan aproximadamente el 8.6% de la población total del país, unos 10.7 millones de personas que no tienen siquiera un mendrugo de pan que llevarse a la boca. Si no me creen, pregúntenle a los habitantes de San Simón Zahuatlán, que, de acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), presentan niveles alarmantes de pobreza del orden del 99.6%.