Para el filósofo alemán Arthur Schopenhauer la única manera de combatir el deseo era optar por la nada. La nada es el vacío, es la ausencia de deseo.
Para el pesimista filosófico más conspicuo del sigo decimonónico la ausencia de deseo es la única vía para luchar contra el sufrimiento.
Schopenhauer estaba convencido de que para lograr la felicidad total se debía renunciar a todo tipo de deseo, incluido el de justicia.
Me temo que, en la actualidad, esa es la filosofía que arrastra a las feministas a romper, pintar e incendiar lo que encuentran a su paso a propósito del #8M.
No se puede combatir una injusticia cometiendo otra. Con gasolina no se apaga un incendio. Un agravio no se remedia perpetrando otro.
La anomia no es buena consejera. Por muy legitima que resulte una causa nadie puede tomar justicia por propia mano.
Si optásemos por la Ley del Talión, “ojo por ojo y diente por diente”, todos terminaríamos chimuelos o lo que es peor, ciegos.
No es con el sobado argumento de “¡chínguense!… ahora va la mía” como se detendrá esta orgía de sangre en que estamos engullidos.
Vivimos en un México bronco, plagado de injusticias, donde campea orondamente la muerte porque la impunidad le ha obsequiado patente.
Sepan todos que nada cambiará si no somos capaces de entender qué es la violencia de género y como combatirla.
Seguiremos igual o peor si no somos capaces de instaurar desde nuestros hogares una nueva pedagogía de la masculinidad.
Basta ya de agravios, basta de improperios. Manos a la obra. Hay trabajo que hacer.
Frente a este desafío, frente a la amenaza de venganza que se cierne por el cúmulo de agravios, yo si deseo que la justicia llegue y sea completa. Albergo la esperanza de que así sucederá.
Confío en que si nos unimos podremos construir un mundo libre de violencia hacia las mujeres.
No es un sueño guajiro, porque tal como lo espetó Aristóteles hace 2 mil 300 años, sigo pensando que “la esperanza es el sueño de los despiertos”.