Nunca en su historia Estados Unidos había transitado una elección con tantos sobresaltos por los devaneos de un solo hombre, por su elevado ego que no le permite perder una contienda.
Donald Trump, el presidente que paso de ser el líder del mundo libre a convertirse en el hombre del escándalo aprieta el paso hacia una crisis constitucional con tal de no ceder el despacho oval.
El mandatario republicano pido detener el conteo de votos en algunos estados y emprendió una estrategia para llevar a tribunales el resultado de la elección, lastimando la credibilidad de la instituciones encargadas de contar los sufragios; algo impensable para la democracia más antigua del mundo.
Henchido de orgullo, Estados Unidos le ha recriminado a Cuba y Venezuela, entre otros, tener instalados en el poder a sendos autócratas y ha tildado a sus gobiernos de antidemocráticos.
Washington ha dictado políticas e impuesto sanciones en contra ese par de naciones hostiles, como él las llama, para asfixiarlas con embargos, y no es que sus respectivos gobiernos sean dignos de encomio, pero reza el adagio popular: que para tener la lengua larga hay que traer la cola corta.
No aceptar la sentencia del electorado es propio de quienes erróneamente piensan que el estado son ellos, de quienes creen que se puede y se debe gobernar sin supervisión, mintiendo, atacando, acosando, polarizando.
Entre lo sucedido el martes tres de noviembre en la Unión Americana y lo que el destino le tiene reservado a México para el 2021 seguramente habrá paralelismos, acusaciones de fraude, señalamientos en contra de las autoridades electorales, intentos por judicializar los resultados, como si presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador fuese inmune al costo político de sus errores.
La lección que desde ahora deben comprender los opositores al gobierno de la 4T, es que los reproches poco le importan a un electorado fiel a su caudillo y hastiado de los partidos, del estatus quo, de las componendas que por décadas los dejaron sin voz ni voto.
No es que dejen de criticar el pésimo manejo de la pandemia, el ‘austericidio’ que flagrantemente comete en contra la de administración pública, el estrepitoso desplome de la economía, el problema irresuelto en materia de seguridad y otras lindezas de este gobierno; pero frente a la inmunidad que parece cobijarlo de sus errores hay un amplio sector de la población que lo respalda, no obstante la evidencia de su pésima gestión.
Si me apuran, más les vale a los partidos de enfrente que encuentren las causas que entusiasmen al electorado, para que puedan presentarse como una alternativa de gobierno seria.
Porque mientras los espacios de influencia en las cúpulas de los partidos se sigan empleando con mucha estridencia y poca conciencia, su destino en las urnas será muy precario. Y en un escenario muy reñido como el de las elecciones federales en 2021 le habrán pavimentado el camino al viejo y trillado argumento del complot, del fraude electoral que intenta revocar la voluntad del pueblo.
La tarde del jueves el mandatario estadounidense volvió a agitar los ánimos poselectorales al insistir en que hay fraude, que no va a permitir que la corrupción robe las elecciones y que defenderá la integridad de los comicios.
Para mucho muchos mexicanos esa arenga ya es chisme viejo, es muy parecida a las de López Obrador en 2006 y 2012, que solo cuenten como votos legales los que le favorezcan porque los de su oponentes son ilegales per se y podrían auspiciar el robo de una elección.
Por eso el duro trance que enfrenta la democracia norteamericana con este altercado hace las veces de acicate para partidos políticos, organizaciones y personajes de la sociedad civil; lanza un seria advertencia desde otro lado de la verja: te lo digo Estados Unidos para que lo entiendas México, casi como el viejo y conocido refrán: te lo digo Juan para que lo entiendas Pedro.