La jornada electoral del próximo 6 de junio será la madre de todas las batallas, estarán en juego 20 mil 868 cargos de elección popular.
Se disputarán 500 diputaciones federales, 15 gubernaturas, 1 mil 926 ayuntamientos y alcaldías, 642 diputaciones locales de mayoría relativa y 421 de representación proporcional, 2 mil 122 sindicaturas, 15 mil 107 regidurías, 204 concejalías, 132 juntas municipales y 299 presidencias de comunidad.
El Instituto Nacional Electoral y sus similares en las 32 entidades federativas, prevén instalar 164 mil 550 casillas para recoger la votación de un estimado de 94 millones 980 mil electores.
El Movimiento de Regeneración Nacional ha jurado que no tomará prisioneros, que les llegó la hora a los viejos partidos de rendirse ante el desprecio popular.
Sus agoreros han vaticinado el colapso de Acción Nacional, del Revolucionario Institucional, del de la Revolución Democrática y de Movimiento Ciudadano. No han dejado de verlos como si fueran morralla.
Desde que alcanzaron la victoria en 2018 han pregonado que a la Cuarta Transformación ya nadie la detiene. Que el partido que instaló a Andrés Manuel López Obrador en la presidencia de la República llegó para quedarse.
Un día sí y al otro también los apuran para que alisten sus arreos, como el sol invicto suele escarmentar a los penitentes con la incandescencia de sus rayos.
La de vueltas que da la vida, porque ahora los tirios no cejan en su empeño por desacreditar a los troyanos y su alianza que se vislumbra en el horizonte.
Alejandro Moreno Cárdenas, el líder nacional del PRI se ha dedicado a recorrer con paso veloz pero discreto varias plazas estratégicas en la república para los comicios venideros con el afán de tender puentes.
Busca la alianza para presentar una batalla digna que haga posible construir en el Congreso federal los contrapesos necesarios que garanticen la estabilidad democrática de la Nación. Porque a sus ojos el país de un solo hombre no asegura un buen horizonte.
La idolatría le impide a Morena y al inquilino de Palacio Nacional ver lo endeble de su estructura, advertir el peligro que entraña ser un ídolo con pies de barro.
Viviendo de glorias pasadas, los adoradores de la 4T rezan frente a todo aquel que los quiere oír que esa alianza es un despropósito, que juntar al albiazul, al tricolor, al del sol azteca y al movimiento naranja solo confirmaría el viejo mito de que el PRIAN sí existe.
Que para lo que queda del PRD es antinatural pretender una coalición de esa envergadura, que es como ir en contra de sus principios fundacionales.
Al PAN lo dan por moralmente derrotado, por una caterva de pusilánimes incapaces de plantar una oposición seria que pueda amenazar la hegemonía morenista en la Cámara de Diputados.
Olvidan los acólitos del movimiento que López Obrador llego al poder porque tuvo la habilidad de acomodar en el elástico jarrito a hordas de ex priistas resentidos -algunos de los cuales tiraron el sistema en 1985- junto a ideólogos de línea dura, prófugos de Acción Nacional, despojos del comunismo, bolivarianos trasnochados, revolucionarios gringos, religiosos recalcitrantes, políticos apoltronados y neoliberales avispados; toda una exquisitez.
Así como emergió Morena de la marginalidad electoral, valiéndose de alianzas inconfesables, así se apresuran sus adversarios a construir una variopinta coalición en la que importa poco la ideología, porque lo que impone son los fríos números.
El principal activo político morenista es el presidente López Obrador cuya gestión, hasta la semana 47 de 2020, es aprobada por el 58.1 por ciento de los mexicanos frente al 41.5 que la rechaza según el último AMLO Tracking Poll de Consulta Mitofsky.
Pero el tabasqueño no estará en la boleta, al menos no directamente, y no podrá más que esperar la cosecha de todo aquello que ha sembrado en forma de becas, ayudas, programas, obras, contratos, odios, insultos y uno que otro agravio, un coctel explosivo.
A seis meses de los comicios, según cifras de Información y Análisis, Morena se tambalea, porque, aunque encabeza las preferencias por partido político a nivel nacional de cara a la elección de diputados federales con el 36.44 por ciento, Acción Nacional le sigue con el 21.12, y en una tercera posición se encuentra el Revolucionario Institucional que concentra el 11.18 por ciento de la intención. Una fotografía que adolece por ahora del nombre y apellido de los candidatos.
El corazón del asunto late en la cavidad de los indecisos, que es el 18.54 por ciento de los consultados, donde encontramos que un 37.40 por ciento contestó que no votaría por el PRI, el 18.61 no votaría por Morena; y un 17.45 no lo haría por el PAN.
Ninguno de esos partidos ha sido proscrito, y es ingenuo pensar que no fueron creados para otra cosa que no sea la búsqueda y conquista del poder. Un apotegma duro y no por eso menos verdadero.
En lugar de ver la paja en el ojo ajeno, a las huestes morenistas les vendría bien enderezar el camino, porque el pésimo manejo de la pandemia –con sus 101 mil 926 muertos–, la rampante crisis económica, las inundaciones en tabasco en la coyuntura de la desaparición del FONDEN, la extinción de otros fideicomisos, la inseguridad, la indiferencia frente a la violencia de género, la falta de medicamentos para los niños con cáncer, la desaparición del seguro popular y otras tantas equivocaciones van a influir en la decisión del electorado.