Según la traducción de la Vulgata latina —evangelio de Juan, 19:30—, clavado en el madero de tormento, a punto de expirar, Jesucristo espetó: “Todo está cumplido”.
Austera, pero lapidaria, la frase —que gramaticalmente es el pretérito perfecto pasado del vocablo consummāre—sintetizaba que todo sobre su persona se había completado a cabalidad.
Viene a cuento este pasaje bíblico del nuevo testamento a la sazón del comportamiento sentencioso y mesiánico del presidente Andrés Manuel López Obrador en la disputa que mantiene con el empresario Ricardo Salinas Pliego, dueño de Grupo Salinas, por el campo de golf de Bahías de Huatulco.
Aunque el presidente repita machaconamente que él y el magnate son amigos, que este diferendo “no es nada personal”, lo cierto es que los hechos contradicen la prédica del tabasqueño.
Nada de extraño tendría que un autócrata y un empresario se detestaran, al fin y al cabo, ambos están en las antípodas. El hombre de negocios pensará que el político es un chupasangre y vividor, mientras que el político cavilará sobre que el empresario es un ambicioso y explotador.
Para el “izquierdoso” lo más conveniente es un estado política y económicamente poderoso, para el hombre de negocios lo pertinente es el libre mercado, sin mayor presencia del estado salvo aquella encaminada a garantizar el cumplimiento de los contratos.
Por lo regular, el político urde cómo esquilmar al emprendedor, se imagina en la cima de la cadena alimenticia succionando el dinero del empresario y repartiéndolo entre sus fieles con el sobado pretexto de la justicia social.
En su conferencia de medios de este viernes, López Obrador sentenció: “el campo de golf es de la nación, son terrenos de la nación, no es propiedad privada”.
Por el tono y el enfoque de las palabras proferidas por el mandatario, da la impresión de que éstas le salieron de sus intestinos y no de un sesudo análisis como correspondería a una decisión de estado. El objetivo, a pesar de todo y de todos, se cumplió. AMLO le quitó el campo de golf al empresario.
Esta decisión manda un poderoso mensaje a los dueños del dinero: ¡aquí mando yo! ¿Quién con ese ambiente y esos modos desearía invertir en México? ¿En verdad era necesario que para fustigar a Salinas Pliego terminara dañando al sector turístico de Bahías de Huatulco y de la Costa oaxaqueña?
Resulta asustante que, un presidente que dice amar a Oaxaca venga, inaugure una supercarretera para conectar a los Valles Centrales con la ribera del Pacífico —obra histórica y de gran trascendencia— y luego le arrebate por capricho un infraestructura ancla como el campo de golf a un destino integralmente planeado como Bahías de Huatulco.
Con su proceder el presidente no daña a Ricardo Salinas Pliego, afecta a toda una industria que, en Oaxaca, representa casi el 10% del producto interno bruto. Y todo para que de su linda boca salgan la palabras mañaneras: “espero que entienda”.