La política es el deporte más caro e ingrato que un hombre pueda ejercer. Para hacer política, más que ideas se necesita dinero ¡mucho dinero!
Montañas de dinero —de preferencia en cash para que nadie lo rastree— para comprar voluntades, sobornar adversarios o seducir conciencias.
Así como cuestionamos, de qué vivió Andrés Manuel López Obrador en su azaroso camino hacia la presidencia de México. Es justo preguntar ¿de qué vive Ulises Ruiz?
El mito popular apuntaba que, el oriundo de Chalcatongo subsistía “de sus rentas” sin precisar la fuente; aun cuando versiones periodísticas ya deslizaban la creencia de que el Hospital Sedna estaba bajo su control.
El 10 de octubre, el periodista Darío Celis publicó en El Financiero que “el ex gobernador priista recién vendió en unos 936 millones de pesos” el complejo ubicado en los rumbos de Periférico Sur, en la Ciudad de México. Lo que causo escozor entre la clase política oaxaqueña.
“El comprador fue el panista Miguel Koury, dueño de los hospitales Mac, socio de los hijos de Martha Sahagún”, refiere el comunicador en su columna “La Cuarta Transformación”.
Por asociación de ideas queda claro que esa venta no fue casualidad, a la sazón del anuncio hecho por Ruiz Ortiz el pasado domingo 16 de buscar la candidatura independiente a la presidencia de la República.
Es muy remota la posibilidad de que el ex priista alcance su ansiado propósito de convertirse en inquilino de Palacio Nacional, donde hoy despacha un viejo conocido suyo.
Los cuatroteístas han arremetido con virulencia en contra del libro “El Rey del Cash”, escrito por Elena Chávez bajo el sello de Grijalbo, sin reparar que se trata de un testimonio personal, no de un documento periodístico.
Eso sí, el texto amparado por el grupo editorial Penguin Ramdom House —uno de los más poderosos del mundo—, ayuda a entender que el principal combustible que arrastra y mueve al grupo gobernante no son las ideas sino el dinero bajo la mesa.
Como en el caso de Andrés Manuel, en lo relativo a Ulises opera la misma lógica, para entender de qué viven mientras agazapan su ambición hay que echar mano de la prueba circunstancial.
Esta, no es otra cosa sino aquella que se encuentra dirigida a demostrar un hecho y la participación de un responsable a partir de la concatenación lógica de los indicios, sospechas que por si solas no revelan una conducta criminal.
Bien lo dice su denostada autora, “que vea quien quiera ver y escuche quien quiera escuchar”, pero lo evidente no tiene vueltas, si no ejercen su profesión, ni se ocupan en el comercio o los servicios, entonces ¿de qué viven?
No esperarán a que el grueso de los mexicanos no traguemos ese cuento de que la providencia los mantiene, porque eso además de onírico es ridículo.
Bien dice el dicho: sacristán que vende cera y no tiene cerería ¿de dónde la sacaría? Pues, de la sacristía.