OPINIÓN

Mujeres víctimas del crimen

Por Lizbeth Hernández Bravo

En los últimos años, la narcocultura se ha infiltrado en lo más profundo del tejido social mexicano. Lo que antes se reconocía como un fenómeno periférico, hoy es una narrativa dominante en la música, la moda, los medios y las redes sociales. Pero detrás de la aparente fascinación por los “narcos” y su estilo de vida, se esconde una realidad brutal, particularmente para las mujeres: violencia, explotación, desaparición y muerte.

La narcocultura, difundida a través de los llamados narcocorridos, series de televisión y redes sociales como TikTok o Instagram, normaliza la violencia y romantiza el poder de los líderes del narcotráfico. En estas narrativas, las mujeres son presentadas comúnmente como trofeos sexuales, adornos de lujo, o en el mejor de los casos, como cómplices subordinadas. Esta representación no solo es misógina, sino profundamente peligrosa, ya que refuerza patrones de violencia y desigualdad de género en contextos donde la ley y el Estado tienen una presencia limitada.

Según datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), tan solo en 2023 se registraron 852 feminicidios en México, y muchos de estos están ligados directa o indirectamente al crimen organizado. Un informe de México Evalúa revela que el 40% de los asesinatos de mujeres en estados como Sinaloa, Guerrero y Michoacán tienen algún vínculo con actividades del narcotráfico. Esto no es una coincidencia: en zonas donde los cárteles operan con impunidad, las mujeres son blanco fácil de violencia sexual, trata, desapariciones y asesinatos.

Además, la impunidad reina. De acuerdo con la organización Impunidad Cero, el 94% de los delitos sexuales no se denuncian, y de los que sí, menos del 2% terminan en una sentencia condenatoria. Cuando las mujeres son víctimas del narco, el miedo a represalias, la desconfianza en las autoridades y la estigmatización social las obliga al silencio. Y cuando deciden hablar, muchas veces lo pagan con la vida.

Combatir este fenómeno no será fácil. No basta con prohibir canciones o censurar series: se necesita una política integral que combine seguridad, justicia, educación y cultura. Es urgente que el Estado reconozca el impacto específico que la violencia narca tiene sobre las mujeres, y que implemente acciones de prevención, protección y reparación con enfoque de género.

Porque mientras en las pantallas se celebra al capo con autos de lujo y mujeres “fieles”, en la realidad, miles de madres buscan a sus hijas desaparecidas, miles de niñas crecen entre la violencia, y miles de mujeres viven con miedo de convertirse en otra estadística. La narcocultura no es entretenimiento inocente. Es un espejo de un país herido, y las mujeres son las que más profundo llevan esas cicatrices.

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