Revictimización digital, normalización de la violencia

Por Lizbeth Hernández Bravo
En la era digital, las agresiones hacia las mujeres han encontrado nuevas formas de manifestarse. Lejos de los espacios físicos, la violencia ahora se infiltra en las pantallas, los comentarios, los perfiles falsos y los mensajes privados. Pero hay una faceta aún más cruel y menos abordada: la revictimización digital.
¿Qué significa? Que después de sufrir una agresión, como la difusión de contenido íntimo sin consentimiento o imágenes donde se vulnere la imagen de la víctima, las mujeres enfrentan no solo el trauma original, sino también una segunda ola de violencia, amplificada y muchas veces legitimada por la cultura digital.
No se trata de hechos aislados. En México, el 80% de los casos de violencia digital van dirigidos a mujeres de entre 20 y 30 años, según datos del Instituto Nacional de Desarrollo Social. Esto no es casualidad, es un patrón. Cada día, cinco mujeres son víctimas de violencia digital en el país. El 81% de estos casos tienen un componente psicológico, y el 32% involucran agresión sexual. ¿Por qué es tan grave? Porque no solo sufren una vez, sino cada vez que alguien comparte ese contenido, lo comenta, o las acusa de “haberse expuesto”.
Lo más alarmante es que esta violencia no ocurre en el vacío. Tiene raíces profundas en una estructura patriarcal que sigue responsabilizando a las mujeres por lo que les ocurre. En lugar de cuestionar al agresor, se cuestiona a la víctima: ¿por qué mandó esa foto?, ¿por qué no se cuidó más?, ¿por qué no se salió de la red social? Esta lógica cruel traslada la culpa y el foco del problema, silencia a las víctimas y normaliza la violencia.
Aceptar la revictimización digital como parte del paisaje en redes sociales es aceptar una violencia estructural que niega a las mujeres su derecho a habitar el espacio digital con libertad y seguridad. No basta con pedir a las plataformas que “eliminen contenido”.
Es urgente que el Estado, la educación y la sociedad se comprometan a ver esta violencia como un problema de género, con políticas públicas claras, con justicia efectiva y con campañas de sensibilización que comiencen desde edades tempranas.
Porque mientras una sola mujer tenga miedo de hablar, mostrarse o compartir en redes por temor a ser atacada, la promesa de un mundo digital libre seguirá siendo eso: una promesa rota.