No soy cuatroteísta, tampoco opositor. Ejerzo la crítica atendiendo al principio de neutralidad. Entiendo que, en el ejercicio del mejor oficio del mundo, el periodismo, no se pueden tener ni amores ni odios.
El exgobernador oaxaqueño Ulises Ruiz Ortiz decía en el cenit de su carrera: “el que sepa leer que lea”. Hoy, aunque curtido por la brega, contrario a cualquier previsión, el político de origen mixteco encamina sus pasos hacia el abismo.
México Nuevo no será lo que no es, y no lo será precisamente por eso. Si bien le va, llegará a ser partido, pero nunca una opción política competitiva.
Los opositores al obradorato y a su sucedáneo, el claudísmo (en ciernes), no están dando la batalla cultural; su enfoque es puramente electoral. En el pecado llevarán la penitencia.
La hecatombe de 2018 reconfiguró el sistema político mexicano, permitiendo que la autodenominada Cuarta Transformación implantara un discurso cultural a su imagen y conveniencia. Agenda con la que, para colmo de males, el bloque opositor coquetea de vez en cuando. Verbigracia, los programas sociales.
La sociedad en su conjunto no es tonta; alcanza a comprender que cuando una oposición abraza los símbolos izquierdistas, el estado paternalista o la agenda que AMLO perversamente les ha endilgado, no es opción política a considerar. ¿Para qué votar por quien no se reconoce a sí mismo? Mejor hacerlo por el lado ganador. Vale más que ser comido.
La oposición está marginada; en el teatro político actual apenas alcanza el infame papel del payaso de las cachetadas. Son morralla de tribus preocupadas por aquellos electores que jamás la van a votar.
La tarea de una nueva opción política no es ser simpática con aquellos que en su vida pensarían en elegirla. Ojalá entiendan que confraternizar con la 4T para agradar a su electorado, que no los va a respaldar, es un error mayúsculo.
No sé si México Nuevo será una bendición, una maldición, o las dos cosas. Sé que (con mucho esfuerzo) se convertirá en un actor, pero si quiere ser una verdadera opción deberá implantar una nueva agenda cultural, para resignificar palabras, para redimensionar escenarios, convocando una plantilla intelectual capaz de acuñar un nuevo discurso político, un nuevo discurso social.
No estoy diciendo que Ruiz Ortiz se ponga a escribir un discurso ideológico o una plataforma política; afirmo que, junto con sus correligionarios, deben echar mano de un think tank, es decir, de un centro de pensamiento en el que participen filósofos, antropólogos, sociólogos, politólogos, historiadores, gente que verdaderamente sepa de ciencias sociales, para poder estructurar un programa político-cultural competitivo.
Inocular odio no sirve a la hora del sufragio, menos aún si para esto el gobierno federal tiene agarrado de las tripas a la mayoría de los electores. Sigo a Anne Applebaum cuando en su libro El ocaso de la democracia (1) afirma que la gente vota a los autoritarios porque, desilusionada de la democracia, busca soluciones rápidas y autoritarias en líderes que prometen devolver a la nación a un pasado idealizado, lleno de estabilidad y grandeza, lo cual puede ser muy atractivo para quienes se sienten inseguros e inquietos.
(1) Applebaum, Anne. (2022). El ocaso de la democracia. Ciudad de México: Editorial Debate. ISBN 978-607-380-593-3.