El martes 14 de enero de 2025, ciudadanos de San Antonio de la Cal impusieron un bloqueo sobre la Calzada Símbolos Patrios (en las inmediaciones de la tienda Walmart) para protestar contra la instalación de un centro de transferencia de residuos sólidos urbanos. De acuerdo con los inconformes, hacia la una de la tarde, integrantes de un sindicato de transportistas irrumpieron violentamente, aventando botellas y llevándose sus letreros para disolver el sitio. Qué pena. Protesta y rudeza, ambas, innecesarias. Luego de la trifulca, por un curioso simultaneísmo junguiano, topé con una reflexión de Zygmunt Bauman sobre la precaria e incierta vida líquida en nuestras sociedades modernas contemporáneas. Aparece en su libro Vida líquida (1) cuando esgrime que la vida líquida y la modernidad líquida están estrechamente ligadas, señalando a la primera como la clase de vida dentro de la segunda, donde la actuación de sus miembros cambia antes de que las formas de actuar se consoliden en hábitos y rutinas determinadas. “La liquidez de la vida y la de la sociedad se alimentan y se refuerzan mutuamente. La vida líquida, como la sociedad moderna líquida, no puede mantener su forma ni su rumbo durante mucho tiempo.
“En una sociedad moderna líquida, la industria de eliminación de residuos pasa a ocupar los puestos de mando de la economía de la vida líquida. La supervivencia de dicha sociedad y el bienestar de sus miembros dependen de la rapidez con la que los productos quedan relegados a meros desperdicios y de la velocidad y la eficiencia con la que éstos se eliminan. En esa sociedad, nada puede declararse exento de la norma universal de la ‘desechabilidad’ y nada puede permitirse perdurar más de lo debido”, adelanta el galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2010.
En buen castizo, somos una sociedad que todo lo devora, que todo lo consume, que todo lo desecha. Para colmo de males, somos tan ruines que rehuimos nuestra responsabilidad en el manejo correcto de nuestros desechos. Es tanta nuestra desfachatez, que en la contabilidad del desastre todas las cuentas se las endilgamos al gobierno. Pero cuando el gobierno se alista a resolver la crisis, sencillamente decimos no. Que se lleven la basura a otra parte. Si a esas vamos, si todos rechazan los centros de transferencia (Xoxocotlán, Santa Lucía, San Antonio de la Cal, San Agustín de las Juntas), ¿dónde ponemos la basura? A tiro de piedra, algunos insensatos propondrían: que cada hogar se haga cargo de sus desechos, pero es seguro que tendríamos que lidiar con más de un millón de pequeños muladares. Aterrador. Lo mejor sería no generar basura, pero eso es un sueño guajiro si atendemos a nuestro estilo de vida líquida.
Ya es hora de escombrar nuestro raciocinio, de dejar atrás mitos y creencias, de rechazar el acicate de quienes lucran con la inestabilidad social, de aceptar nuestra amarga realidad: ríos (Atoyac, Jalatlaco y Salado) convertidos en cuencas inmundas, patios, terrenos o páramos baldíos transformados (a golpe de desvergüenza) en basureros, calles y avenidas convertidas en vertederos, donde lo mismo afloran pañales que sobras de comida que nadie reconoce como suyas y se hace responsable de su disposición final. Óiganme bien, esta es nuestra oportunidad de tener un sistema (CIRRSU) moderno y eficiente para manejar correcta y responsablemente los residuos sólidos urbanos en los 41 municipios de Valles Centrales, y quizás sea la última antes de que nos sobrevenga una crisis sanitaria.
(1) Bauman, Zygmunt. Vida líquida. Editorial Paidós. 2023. Ciudad de México. ISBN 978-607-9202-59-0