En su novela “1984”, el escritor británico Eric Arthur Blair, quien firmaba bajo el seudónimo de George Orwell, describe una sociedad distópica donde el poder totalitario ejerce un control absoluto sobre la información. En la narrativa, la novela acusa al gobierno de Oceanía como el principal articulador del “doble pensar” en aras de moldear la realidad según sus intereses.
De manera similar, en México, el poder público emanado de la autodenominada Cuarta Transformación ha utilizado las mismas tácticas orwellianas para distorsionar la verdad y mantener el control mediante la alteración de registros históricos, la estigmatización de opositores políticos y la propaganda.
Como en “1984”, desde su arribo al poder, el Obradorato echó mano de un enemigo interno e imaginario, “los conservadores”, para justificar su hegemonía y la colonización de las instituciones en detrimento de la división de poderes, del crédito nacional y de las libertades individuales.
Como consecuencia de la desinformación alentada por AMLO, primero, y Claudia Sheinbaum, después, México fue engullido por el demonio de la polarización social y política, la desconfianza en instituciones, el linchamiento mediático por ejercer la libertad de expresión, la corrupción y la impunidad.
El más reciente linchamiento azuzado por la inquilina de Palacio Nacional contra las periodistas Natalie Kitroeff y Paulina Villegas del diario estadounidense The New York Times, por su reportaje: “Así es un laboratorio de fentanilo del Cártel de Sinaloa”, ilustra los extremos de esta afirmación. A la mandataria le apremia más atajar el golpe mediático que el tabloide le asestó a su narrativa antinarco que el mismísimo corazón del asunto, la fallida estrategia de seguridad de su antecesor y su pernicioso legado.
Que si así no se “cocina” el fentanilo, que si a los 30 segundos habría muerto el “cocinero”, que si se trata de una estrategia del próximo gobierno norteamericano para justificar una intervención armada en suelo mexicano, que si las reporteras son poco confiables; cuando lo más importante es reconocer la fragilidad del estado mexicano frente a las organizaciones criminales.
La hipocresía pulula en ambos lados del río Bravo. Estados Unidos culpa a México de fabricar la mortal sustancia, México alega que aquí no se consume esa droga; mientras los cárteles de la droga se siguen hinchando de dinero a costillas de la vida y la integridad corporal de los adictos. Qué pena que ambos gobiernos crucen acusaciones en lugar de reconocer sus culpas y afrontar la realidad: que solo con cooperación podrán salvar la grave crisis. Porque mientras haya demanda habrá mercado, porque mientras haya armas y dinero, habrá adictos y muertos en ambos lados de la frontera.