Todo al mismo tiempo: Rusia invade Ucrania, China neutraliza a Hong Kong y amenaza a Taiwán con maniobras, las tropas simpatizantes de Irán combaten en Gaza, el “presidente” serbio hace ostentación de su Ejército directamente en la frontera con Kosovo. Los regímenes autoritarios sondean hasta dónde pueden llevar la escalada. Los déspotas necesitan conflictos para mantenerse en el poder. No tienen otra cosa que ofrecer a su población.
Ya sea que se trate de Rusia, Serbia, China o Irán: sus fanfarronadas de potencias militares van dirigidas a hacer olvidar el atraso del país, asegurar el poder del correspondiente “líder nacional” y velar el desprecio con que trata a su propio pueblo. De otro modo, existe el peligro de que la población reclame por el estado miserable de los hospitales, geriátricos y escuelas en esos países, en los que apenas se encuentra una canalización que funcione y los sueldos y pensiones son bajos.
Pero, si la nación se encuentra en un conflicto, se culpa de todo ello a “enemigos externos”. Se sofoca la crítica contra el círculo gobernante, que se enriquece descaradamente. Los ciudadanos, como individuos, tienen poco valor a los ojos de los políticos, y sirven a lo sumo de carne de cañón, como ocurre ya desde hace años en el este de Ucrania.
¿Una nueva era de barbarie?
Con la invasión de su vecino, Rusia no solo declaró la guerra a Ucrania, sino al mundo civilizado. Del desenlace de esta pugna, dependerá cómo se comportarán otros regímenes autoritarios en el futuro. ¿Respetarán mínimamente los tratados y el derecho internacional? ¿O comenzará una nueva era de barbarie, en la que solo cuente la ley del más fuerte? Quien no quiera que el mundo se suma en el caos, debe ayudar a frenar a belicistas como Putin, a fortalecer militarmente a Taiwán, a combatir las milicias terroristas iraníes, donde quiera que se enquisten: en Gaza, en Irak, en el Líbano o en Siria.
Los regímenes autoritarios nunca han ocultado que rechazan un orden mundial basado en el derecho. Consideran que las democracias son una amenaza, al igual que el respeto de los derechos humanos y los de las minorías, la libertad de prensa o la seguridad jurídica. Los déspotas solo se remiten al derecho internacional cuando sirve a sus intereses.
Occidente hizo negocios durante años con esos regímenes. Hoy, muchos políticos europeos se preguntan cómo la canciller Angela Merkel pudo ser tan ingenua como para permitir la dependencia del gas ruso. Peor aún: China se ha convertido entretanto en el principal socio comercial de Alemania. Y eso que nunca hubo, ni hay, duda alguna sobre la brutalidad del régimen de Pekín. ¿Cómo pudieron ser tan ingenuos los políticos y hombres de negocios alemanes para lanzarse a los brazos de Pekín? Su codicia parece ser más grande que su sentido de responsabilidad. Dicen que, supuestamente, Lenin profetizó que “los capitalistas nos venderán la cuerda con la que los ahorcaremos”.
Putin erró el cálculo
Tras el término de la Guerra Fría, la correlación de fuerzas no ha cambiado a favor de los dictadores. La Rusia de Putin demuestra a diario su incapacidad en Ucrania. Es un cuento que los gobernantes autoritarios piensan a largo plazo y por eso aventajan a Occidente que, supuestamente, solo actúa a corto plazo. La verdad es justo lo contrario: Putin tomó apresuradamente la decisión de invadir Ucrania, en la completa ignorancia del odio con que iba a ser recibida su soldadesca por los ucranianos. Putin es un jugador. Y erró el cálculo de su jugada. Pero no puede admitir su error si quiere sobrevivir política y físicamente.
En el futuro, Occidente no debe debilitarse a sí mismo. Alemania debe rearmarse a gran escala, durante muchos años. Si Grecia, Rusia o Irán están en condiciones de destinar cerca del 4 por ciento de su PIB a la defensa, también Alemania debería poder hacerlo. Europa debe impulsar, además de su rearme convencional, también el nuclear. Solo entonces será tomada en serio en Moscú, Pekín y Washington.
Putin desafió a Occidente, como lo hicieron muchos gobernantes del Kremlin antes que él. También Stalin y Hitler despreciaban al mundo occidental, especialmente cuando fueron aliados, entre 1939 y 1941. En ese entonces, la Unión Soviética ayudó a Hitler con alimentos y materias primas y respaldó así la guerra contra Francia y Gran Bretaña. Al final, triunfó el supuestamente “degenerado Occidente”. También ganó la Guerra Fría. Y hoy conquista los corazones de muchas personas jóvenes y educadas que tienen que vivir en Estados con regímenes autoritarios.