El mito de Casandra, hija del rey Príamo y la reina Hécuba de Troya, es uno de los más dramáticos y conocidos de la mitología griega. Casandra, princesa y sacerdotisa de Atenea, recibió del dios Apolo el don de la profecía por amor. Sin embargo, al rechazar sus avances para proteger su virtud, Apolo la castigó conservándole la clarividencia, pero quitándole la capacidad de persuasión, haciendo que nadie le creyera.
Según “Las Troyanas” (verso 421) de Eurípides, Casandra se lamentaba: “¡Oh, Apolo! ¿Por qué me has concedido este don funesto, si no he de ser creída?” A pesar de ser tildada de desquiciada, según Virgilio, Casandra advirtió (“Eneida”, Libro II, verso 258): “¡Troyanos! ¡No confíes en el caballo! ¡Es un engaño! ¡Es la ruina de nuestra ciudad!” Sin embargo, nadie le creyó.
Algo similar ocurre hoy. Algunos periodistas, más por lógica que por clarividencia, hemos venido advirtiendo que la cuarta transformación es una trampa, la ruina de nuestro país. La reinvención de un partido hegemónico, un bloque absolutista que no admite controversia, desmantela todo sin calibrar el impacto de sus reformas. A pesar de nuestras advertencias, nadie nos cree.
El pasado es un maestro cruel, pero es el único que puede enseñarnos a vivir en el presente. Así, más allá de las lamentaciones por las advertencias no escuchadas, lo que toca es avanzar en la estrategia para que, al menos, nos siga quedando la palabra.