En un salibesco lance, digno del más reputado merolico de feria, el presidente del Comité Directivo Estatal del PRI en Oaxaca, Javier Casique Zarate, alias el Pipope, anda ofreciendo defender las demandas económicas de los oaxaqueños de cara a la próxima definición del Presupuesto de Egresos de la Federación 2025.
A la pieza política perdedora (Pipope) que lidera el priismo local le falta morir porque engañado ya vive. Los legisladores priistas en el Congreso de la Unión son a lo menos una oposición famélica, vergonzosamente testimonial. Sus alaridos no se escuchan alto ni se entienden lejos. El PRI está en los huesos.
A querer o no, la bancada tricolor no tiene los votos suficientes para representar una oposición digna en las cámaras de Diputados y Senadores. Sencillamente es una calamidad. No tiene moneda de cambio que ofrecer al todo poderoso oficialismo que, un día sí y al otro también, se burla de las miserias políticas del otrora “partido histórico del México”.
En la vida como en la política todo tiene un precio. En ese asco de ejercicio convirtió el viejo PRI al noble oficio que en la Grecia de Pericles entrañaba un alto honor. En los pasillos del tricolor ahora solo resuenan los ecos de antiguas glorias; tenues sonidos de épocas pasadas que difícilmente volverán.
Hoy, el priismo oaxaqueño está de luto. Perdió a Liz Concha, un activo valioso en la operación política, en la movilización “tierra – tierra” que arrima los votos a la urna en el día más importante, el de la jornada electoral. Las diligencias, estatal y nacional, nunca entendieron la elección.
Fiel a su apellido, el Cacique tricolor es quién cargará con el baldón de enterrador del PRI. Se equivoca rotundamente si piensa que la militancia, a expensas de las prerrogativas estatales, le seguirá sufragando sus privilegios y esnobismos con finas viandas y caldos importados de la Patagonia que, hasta el sopo, bebe en copas cristalinas del Che Gaucho.