La única vez que este abogado mexicano habló sobre el tema fue hace 50 años. Una tarde de fines de julio de 1972 un periodista estadounidense llegó hasta la puerta de su oficina y, con hojas en mano, le preguntó directamente: ¿Ésta es la firma de su padre? Frente a él, la copia borrosa de un cheque emitido por el Banco Internacional en el que apenas se veían los trazos y el nombre del beneficiario: Manuel Ogarrio Daguerre.
La primera respuesta que se le ocurrió a Alejandro Ogarrio Ramírez, hijo de Manuel, fue que esa firma no se parecía a la de su padre. Que no estaba seguro, que los rasgos no coincidían…
Ha pasado medio siglo desde entonces. Son los primeros días de junio de 2022 y Ogarrio hijo se encuentra en su despacho. Acepta contar la historia con todos sus detalles.
–¿Es la firma de su padre? –se le muestra la copia del mismo cheque.
–Sí –responde sin dudar.
Por primera vez cuenta cómo vivió la familia Ogarrio esos días, luego de que se enteró por The New York Times y The Washington Post que el dinero amparado por varios cheques firmados por su padre fue utilizado para pagar a los cinco hombres que la madrugada del 17 de junio de 1972 allanaron las oficinas centrales del Partido Demócrata en el edificio Watergate, en Washington.
Detalla también para esta investigación, realizada por Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad en alianza con Fábrica de Periodismo, qué ocurrió y revela el nombre de un personaje nunca antes mencionado, quien, además, involucró a su padre en esta trama conocida como la Conexión México del Watergate, el mayor escándalo político en la historia reciente de Estados Unidos que condujo a la renuncia de Richard Nixon a la Presidencia de ese país.
Todo comenzó la madrugada del 17 de junio de 1972. A las 2:30 de la mañana, el guardia de seguridad Frank Wills descubre una cinta sobrepuesta en una de las cerraduras de las puertas y llama a la Policía Metropolitana de Washington, cuya unidad de respuesta entra a las oficinas del Comité Nacional del Partido Demócrata, en el sexto piso del edificio Watergate, y descubre a cinco hombres, escondidos detrás de un escritorio. Uno de ellos alcanzó a decir a través de un walkie–talkie: “Nos atraparon”.
Pronto empezaron a circular en los pasillos del FBI y la Casa Blanca los nombres de los detenidos: Bernard L. Barker, James W. McCord, Frank Sturgis, Eugenio R. Martínez y Virgilio R. González (los últimos tres de origen cubano), a quienes pronto se les identificaría como Los Plomeros.
Todo habría quedado en un simple y vulgar robo, si no fuera porque para la primera audiencia, la tarde del sábado 17, los detenidos ya contaban con un abogado y en sus primeras declaraciones James McCord, a la pregunta del juez de a qué se dedicaba, este respondió:
–Consejero de seguridad…
–¿En qué parte del gobierno?
–La CIA.
A las pocas horas comenzaban a hilarse las conexiones. McCord no solamente había trabajado para la Agencia Central de Inteligencia (CIA), sino que al momento de su detención era coordinador de seguridad del Comité para la reelección de Richard Nixon. Y los otros, en combinaciones distintas, compartían pasado con la CIA, el FBI y en operaciones como la de Bahía de Cochinos, (1961) en un intento de Estados Unidos por invadir la Cuba de Fidel Castro.
Entre los objetos decomisados a los detenidos en la madrugada y luego en las habitaciones que habían rentado en el mismo Watergate, había cámaras, micrófonos, dos agendas con nombres y teléfonos y 2 mil 300 dólares en efectivo en billetes de 100 dólares, todos nuevos, seriados y secuenciados.
El dinero en efectivo y las agendas, 50 años después lo sabemos, abrían un largo y sinuoso camino hacia toda la estructura del poder político, pasando por el equipo de campaña para la reelección de Richard Nixon hasta tocar a las puertas de la Casa Blanca… y también pasaban por México.
Por fuera, el edificio de la avenida Constituyentes, al poniente de la Ciudad de México, presume estar a tono con la vida contemporánea. Pero sus interiores narran otra época. Al menos en el despacho de Alejandro Ogarrio Ramírez son patentes las huellas de los años pasados, no sólo en el diseño de las paredes forradas con madera, sino también en la duela gastada y los tapetes que resienten el uso y el transcurrir del tiempo.
De uno de esos muros cuelga un grueso marco de madera con el título profesional de Manuel Ogarrio Daguerre. Tenía, de acuerdo con su fecha de nacimiento, 23 años cuando se graduó. A un lado, la puerta que conduce a la oficina de Alejandro Ogarrio, su hijo y el único que hace 50 años habló en nombre de su padre sobre el involucramiento en el Watergate.
Sin solemnidades, desgrana esta tarde del 9 de junio de 2022 lo que su memoria guardó desde hace medio siglo. En 1972 tenía 28 años.
–¿Quién era Manuel Ogarrio Daguerre?
–Mi padre fue un abogado de la Escuela Libre de Derecho y en 1965 se asoció con Luis Creel Luján para formar el despacho Creel-Ogarrio. Esa asociación terminó en 1972-1973 y formamos el despacho Ogarrio Abogados. Mi padre se especializó en materia laboral, que ejerció hasta 1983, año en que falleció. Fue abogado de la Cámara Minera de México y de la Asociación Mexicana de Minería; muchos de sus clientes eran socios de estas agrupaciones.
–Representaba empresas de Estados Unidos.
–Eran empresas con participación extranjera esencialmente, en función de que eran socios de la Cámara Minera de México. Él les prestaba servicios. Y recibía una iguala de la Asociación Mexicana de Minería.
Se le muestra una de las hojas de información que elaboró la extinta Dirección Federal de Seguridad, el aparato de espionaje del Estado mexicano, en la que aparece, en un extremo, una fotografía de óvalo de su padre.
–¿Esta información corresponde a su padre? ¿El de la foto es su padre?
Alejandro Ogarrio toma la hoja y lee en voz alta: “Que nació en 1903; que solicitó su pasaporte en 1966 para visitar Estados Unidos y Europa; que contrajo matrimonio en 1939; que su domicilio estaba en la calle Maika, en Lomas de Chapultepec; que medía 1.71 mts; ojos verdes, pelo negro, complexión robusta, frente ancha y amplia, cejas pobladas, nariz recta y con una cicatriz en la frente”.
El reporte está firmado por el agente Roberto Hassey (No. 239), con fecha 5 de julio de 1972, dos semanas después del allanamiento al Watergate.
–¿Sabían que los espiaba la Dirección Federal de Seguridad?
–No. Y no recuerdo que alguna autoridad haya llamado a mi padre a presentar declaración en México.
–¿Cuándo se enteran de que los estaban relacionando con el Watergate?
–Cuando llegó a mi puerta un reportero con la copia de un cheque en la mano.
La huella del dinero y la Conexión México
Una tarde sabatina, normalmente “floja” para la redacción de un diario, adquirió una importancia impredecible cuando el reportero Bob Woodward se acercó al juzgado en que se llevaría la audiencia preliminar de los cinco ladrones detenidos cuando habían irrumpido ilegalmente en las oficinas centrales del Partido Demócrata.
La tarde del 17 de junio de 1972 al periodista de The Washington Post le llamaron la atención varios hechos: que los detenidos manifestaran haber entrenado militarmente a exiliados anticastristas, así como los sofisticados aparatos de escucha, las dos cámaras, los 40 rollos de película y las tres pequeñas plumas con gas pimienta que llevaban, así como que todos usaran guantes quirúrgicos.
En la audiencia, el fiscal Earl Silbert colocó un elemento adicional de interés para el periodista: calificó a los cinco como unos profesionales en la ejecución de una misión clandestina.
A la cobertura del caso se sumaría Carl Bernstein, otro reportero del mismo diario. Ambos dieron seguimiento a la nota que se publicó en la parte inferior de la portada de la edición del domingo 18 de junio de 1972, atando los primeros cabos para lograr establecer las asociaciones entre Los Plomeros y gente del más alto círculo de poder en la Casa Blanca, en una espiral ascendente que llegaría al mismo presidente Nixon.
Personaje central de toda la historia, Garganta Profunda, la fuente anónima que ayudaría a confirmar muchos de los puntos clave y destrabar la investigación periodística que develaría los secretos de la operación clandestina, se le atribuye haber dicho a Woodward una frase clave: “Follow the money” o “sigue la huella del dinero”.
Aunque en su libro Todos los hombres del presidente, Bernstein y Woodward no hacen referencia a ese presunto consejo mostrado en la película del mismo título, lo cierto es que en la realidad lo hicieron. Siguieron el rastro del dinero para encontrar la raíz última del asalto en el Watergate.
Partieron del hecho de que los detenidos llevaban 2 mil 300 dólares en billetes de 100 dólares, con números de serie consecutivos, para desentrañar la trama.
No eran los únicos que jalaban ese hilo. Además del FBI y la GAO (el brazo de investigación del Congreso de Estados Unidos), al menos otras dos personas habían comenzado a rastrear el origen de esos billetes: Richard E. Gertsein, fiscal del condado de Dade, en Florida, así como Martin Dardis, su jefe de investigadores.
Cuando se enteraron de que una clave de la operación apuntaba a Miami, la Fiscalía local ordenó al Republic National Bank de Miami que le entregara la información de los estados de cuenta de Bernard L. Barker, uno de Los Plomeros.
Bernstein contactó telefónicamente a fines de julio a Dardis, quien le contó sobre el hallazgo de las cuentas de Barker. Para entonces, ya se conocía que los 2 mil 300 dólares eran parte de una cantidad mayor que Barker había recibido: 89 mil dólares.
En ese momento, según narran en el libro, Bernstein le preguntó si sabía el origen de los 89 mil dólares que habían sido retirados de la cuenta de Barker:
–Son algo más que 89 mil dólares.
–¿Más bien 100 mil?
–Algo más…
–¿De dónde procede el dinero?
–De la Ciudad de México. De un hombre de negocios de aquella ciudad, un abogado.
Si quería saber el nombre y ver los documentos, comentó Dardis a Bernstein, tendría que viajar a Miami. Acordaron encontrarse el 31 de julio.
El 31 de julio de 1972 es la primera vez que la palabra “México” aparece vinculada con el caso Watergate en la prensa de Estados Unidos.
Así se narra en el libro: “Bernstein, como era habitual en él, llegó al aeropuerto sólo unos minutos antes de la hora fijada para el despegue de su avión. Cuando corría para subir, compró un ejemplar del Post y otro del The New York Times y pasó la puerta de entrada de pasajeros. Estaba ya en la zona interior del aeropuerto, cuando vio en la primera página del Times, a tres columnas: “Cash in capital Raid Traced to Mexico”. Bernstein maldijo a Gerstein y a Dardis. El reportaje del Times, firmado por Walter Rugaber, estaba fechado en la Ciudad de México”.
La información del diario neoyorquino era amplia. Revelaba que Bernard L. Barker había retirado dinero de una cuenta a su nombre en un banco de Miami, luego de que le depositaran cuatro cheques endosados por Manuel Ogarrio Daguerre, “un destacado abogado de México” que tenía entre sus clientes a grandes compañías estadounidenses.
Informaba que esos cheques habían pasado por una cuenta del Banco Internacional SA, que el total de los mismos sumaba 89 mil dólares y que habían sido depositados a Barker el 20 de abril de 1972.
Según la nota, Alejandro Ogarrio Ramírez (hijo de Manuel Ogarrio) había dicho que ni él ni su padre habían visto aquellos cheques del Banco Internacional y que ninguna de las firmas que aparecían en el dorso de los documentos bancarios tenía el menor parecido con la firma de su padre.
Carl Bernstein de todos modos viajó a Miami y buscó a Dardis, con quien confirmó la existencia de los cuatro cheques.
Según contaron los reporteros de The Washington Post en su libro, la ruta del dinero en la que estaría involucrado el abogado Ogarrio había sido la siguiente:
Robert H. Allen, jefe del Comité para la Reelección de Nixon en Texas, fue el proveedor de los fondos que se trasladaban a México y “Ogarrio era la persona que cambiaba el dinero, quien convertía los cheques y los valores que le entregaba Allen en dólares norteamericanos, bien en billetes, bien en cheques librados a su cuenta en el Banco internacional”.
Richard Haynes, abogado de Allen, explicaría a Bernstein también la misma ruta de los fondos recaudados. Ese mismo abogado bautizó a la Conexión México como la Operación Limpieza, un método para poner en marcha una maquinaria que impide conocer el origen real del dinero.
Allen era la pieza texana de una estructura nacional que usaba un fondo secreto para financiar actividades, incluidos el sabotaje y espionaje a sus contrincantes demócratas, que favorecieran la reelección de Nixon.
Republicano convencido, era propietario de la empresa Gulf Resources and Chemical Corporation, en Houston, así como de Compañía de Azufre de Veracruz, su filial en México.
Los 89 mil dólares que financiaron el asalto a las oficinas del edificio Watergate eran apenas una pequeña parte, según dijeron los fiscales de Miami, de cuando menos otros 750 mil dólares trasladados a México en las semanas previas al 7 de abril de 1972.
Esa fecha tiene un particular significado. El 7 de abril de 1972 entraba en vigor una nueva ley sobre financiamiento de las campañas electorales y era el último día en que podían aceptarse, legalmente, aportaciones anónimas.
A zancadas de información, eso es lo que se conocía en esos días.
Ahora, 50 años después, podemos saber cómo y por qué el último día de julio de 1972 el nombre de Manuel Ogarrio Daguerre aparecía en la primera plana de The New York Times, conectado para siempre en la historia del Watergate.
–¿Y entonces un día lo busca un periodista y le pregunta sobre la firma de su padre en unos cheques?
–Un día llega al despacho Ogarrio Abogados, en la calle de Lucerna 80, una persona y me dicen: “Licenciado, lo busca un reportero del New York Times”. Se me olvida su nombre…
–Walter Rugaber…
–Nada más porque tú lo dices. Si no me acuerdo de cosas que pasaron hace un mes, imagínate hace 50 años. Llega y me dice: “Licenciado, vengo del New York Times y quiero preguntarle si este documento y esta firma es de su papá”, y me presenta un documento en copia fotostática.
–¿Igual a éste? –el reportero le muestra copias de los cheques que forman parte de los expedientes desclasificados del FBI.
–Igual, sí. Le digo al periodista de The New York Times: “La firma es parecida a la de mi papá, pero es un documento en copia fotostática. No te puedo asegurar que sea de mi papá”. El señor tomó su documento, salió y santo remedio.
Uno de los cheques que tiene de nuevo en sus manos es el que Alejandro Ogarrio Ramírez recuerda que el reportero le mostró hace 50 años. Mira las copias, las repasa. No hay nada que indique una memoria nostálgica, por llamarla de algún modo, ni tampoco un golpe de sorpresa. Solamente ve las copias y dice: “Sí, sí era uno de estos”.
–Eso fue hace 50 años. No volvió a decir ni una palabra.
–No hasta ahora. Te voy a decir lo que me consta y lo que platicó mi papá.
Apenas unos días después de que los nombres de los implicados en el allanamiento de las oficinas del Partido Demócrata condujeron las investigaciones a Miami, a las actividades clandestinas de cubanos anticastristas, a los vínculos con la CIA, a la Conexión México y al nombre de Manuel Ogarrio, la preocupación llegó al círculo más cerrado del poder en Washington.
El presidente Richard Nixon y su grupo más cercano desplegaron desde los primeros días una estrategia de presión, en un contexto de tensiones y miedos, que pretendió parar el escándalo y las investigaciones del FBI sobre el origen del dinero y la Conexión México.
Los testimonios y documentos recabados por el Comité Judicial de la Cámara de Representantes encargado de determinar si había bases reales para proceder a la destitución de Richard Nixon por sus intentos de obstruir la justicia en la investigación del Watergate dan cuenta detallada de ello.
Esta es la historia resumida que relata el reporte del Congreso:
Cinco días después de que Los Plomeros fueran sorprendidos in fraganti, el 22 de junio, Patrick Gray, director interino del FBI, se reunió con John Dean, uno de los consejeros de Nixon.
Gray le informó que cuatro cheques a nombre de Manuel Ogarrio habían sido depositados en la cuenta de Bernard L. Barker, uno de los detenidos en el Watergate, en un banco de Miami. Comentaron, entre otras cosas, las hipótesis del FBI sobre el asalto a las instalaciones del Comité Nacional del Partido Demócrata, incluyendo la teoría de que se trataba de una operación encubierta de la CIA.
Más tarde, Dean le reportó a Harry R. Haldeman, el jefe de Gabinete de Richard Nixon, lo que había conversado con el director del FBI.
Al día siguiente, a primera hora del 23 de junio, Haldeman le informó al presidente sobre la plática con el titular del FBI. Nixon se preocupó y ordenó a Haldeman que se reuniera con Richard Helms y Vernon Walters, director y subdirector de la CIA, respectivamente.
Y pidió algo más: que se cerciorara si el asunto del Watergate tenía que ver con la CIA y si el hecho de que alguno de los detenidos hubiera participado en la frustrada invasión de Bahía de Cochinos era motivo de preocupación para la agencia de inteligencia.
Además, lo instruyó a que les comunicara a los funcionarios de la agencia de inteligencia que el presidente estaba preocupado por la posibilidad de que pudieran revelarse algunas operaciones encubiertas de la CIA y de la Unidad de Investigaciones Especiales de la Casa Blanca, como se llamaba formalmente a Los Plomeros, que no estaban vinculadas con el asunto del Watergate y en las cuales algunos de los detenidos habían intervenido.
Nixon también le ordenó a Haldeman que le dijera al subdirector de la CIA que se reuniera con el titular del FBI para transmitirle la preocupación presidencial y que se coordinara con él para que las investigaciones no se extendieran a asuntos no relacionados con el Watergate, puesto que podrían dejar al descubierto actividades previas de Los Plomeros, el grupo que hacía operaciones ilegales y clandestinas para Nixon.
Pocas horas después, a la 1:30 pm, se llevó a cabo la reunión ordenada por el presidente. El director de la CIA les aseguró que no había participación de la agencia en el Watergate y que no veía motivo para preocuparse por una posible conexión de Los Plomeros con la frustrada invasión a Cuba. Y que, de hecho, ya se lo había comunicado al director del FBI.
El jefe del gabinete presidencial les expresó que el tema del Watergate estaba provocando “mucho ruido” y que las investigaciones podrían conducir a gente importante, y que “esto podría ponerse peor”.
E hizo más. Haldeman les compartió el nerviosismo presidencial de que la investigación del FBI en México “podría comprometer fuentes o actividades clandestinas de la CIA”, por lo que Nixon le había comunicado “su deseo” de que el subdirector de la agencia hablara con el director del FBI y le “sugiriera” que no convenía que empujaran las pesquisas, especialmente en México.
De hecho, se mencionaron los cheques provenientes de México como “un ejemplo específico del tipo de cosas por las que el presidente estaba evidentemente preocupado”.
Casi al mismo tiempo, a la 1:35 pm, John Dean, otro de los consejeros presidenciales, le habló al director del FBI para informarle que Vernon Walters, el subdirector de la CIA, lo visitaría esa tarde.
A las 2:34 pm en punto, Walters llegó a la sede del FBI. Y le reiteró el mensaje: si las investigaciones del Buró se extendían en México se podrían poner al descubierto actividades secretas de la agencia, por lo que el tema debería reducirse a investigar a los cinco hombres arrestados. Con eso bastaba.
El director del FBI aceptó aplazar temporalmente la entrevista a Manuel Ogarrio.
Durante los siguientes días, entre el 23 y el 26 de junio, el subdirector de la CIA recibió reportes de que ni las fuentes ni las actividades de la agencia en México se verían amenazadas por las investigaciones sobre Ogarrio y sus cheques.
De hecho, el 26 de junio acudió a la Casa Blanca y se encontró con Dean, a quien le comunicó la conclusión a la que había llegado: ninguna actividad ni fuentes de la CIA se verían comprometidas.
Un día después, el 27 de junio, Richard Helms, el director de la CIA, recibió el reporte de que no había “rastros” de Ogarrio en la agencia. Más tarde, se comunicó con el director del FBI y le dijo que la agencia “no tenía interés” en el abogado mexicano.
Al siguiente día, Dean insistió con Walters. A las 11:30 am del 28 de junio le llamó y le pidió que acudiera al Executive Building Office de la Casa Blanca. Una vez ahí, le preguntó de nuevo “si había algo que la CIA pudiera hacer para detener las investigaciones del FBI de los cheques mexicanos”. Walters le respondió directamente: no podía hacer nada.
Luego de varios días, el director del FBI se comunicó de nuevo la tarde del 5 de julio con el subdirector de la CIA y le advirtió que “a menos que la CIA le comunicara por escrito, y no de manera verbal, su petición de que no se entrevistara a Manuel Ogarrio, los agentes harían el interrogatorio”.
Walters no consideró conveniente discutir por teléfono el tema con Patrick Gray y le propuso que se vieran a la mañana siguiente.
A las 10:05 am del 6 de julio el director del FBI recibió a Walters, quien le llevaba un memorándum. Y aunque se ha difundido que en éste la CIA comunicaba oficialmente que la agencia no tenía interés en el abogado mexicano, el texto sólo menciona lo siguiente:
“El director de la Agencia Central de Inteligencia le informó a usted de manera verbal el 27 de junio que el señor Manuel Ogarrio Daguerre es un ciudadano mexicano cuyas oficinas se encuentran en el mismo edificio que el Banco Internacional. En breve: el señor Manuel Ogarrio Daguerre no ha tenido ningún contacto operativo con esta agencia”.
Sólo eso: Ogarrio “no ha tenido ningún contacto operativo” con la CIA.
Con ese escrito en sus manos, una vez que concluyó la reunión, a las 10:25 o 10:30 am, el director del FBI dio la orden de entrevistar a Manuel Ogarrio Daguerre de inmediato.
–¿El FBI interrogó a su padre?
–Luego de que vino el periodista del New York Times, a mi papá le llaman de la embajada norteamericana para pedirle una entrevista. Viene una persona al despacho de Lucerna 80 y se entrevista con mi papá. Él pensó que era del FBI.
–¿Qué le dijo a usted sobre ese encuentro?
–Que le habían preguntado “lo del dichoso cheque y les dije lo que era”. Le dieron las gracias y dijeron que regresarían después, pero nunca volvieron.
–Uno de los objetivos de Nixon era detener las investigaciones del FBI en México, con el argumento de que ponían en riesgo otras operaciones encubiertas de la CIA e incluso la seguridad nacional. Usted dice que sí vinieron a interrogar a su padre.
–Eso ya no sólo se había quedado en las oficinas de Nixon o de la CIA. De alguna manera, mi papá se entera de que estaban deteniendo las investigaciones sobre la conexión mexicana porque podrían tener implicaciones de seguridad nacional. Cuando sabe eso, mi papá casi se desmaya.
En ese momento, mi padre, que ya no estaba bien de salud, me dice: “Hijo, quiero que por favor vayas a las oficinas del procurador General de la República y le digas exactamente lo que pasó”.
Pedí una cita con Pedro Ojeda Paullada (titular de la entonces PGR) y él, muy amable, me recibió. Le dije: “Licenciado, mi padre me pidió que viniera porque él no puede venir ya que se encuentra enfermo, pero este asunto le preocupa enormemente, y me pidió que le viniera a decir exactamente de la A a la Z qué fue lo que pasó”. Y le conté todo.
–¿Y qué fue ese “todo”?
–…
Descifrar la ruta del dinero que financió el frustrado intento de colocar micrófonos ocultos y fotografiar documentos en la sede nacional del Partido Demócrata tomó tiempo e investigaciones diversas.
Al final, seguir los rastros del dinero llevó a develar una buena parte del entramado oculto de la operación de espionaje.
El origen se encuentra en un hombre: Robert H. Allen, el empresario texano que recaudaba fondos para la reelección de Richard Nixon. Fueran fondos propios o de varios hombres de negocios simpatizantes del presidente, los 100 mil dólares llegaron a México desde Houston.
De algún modo hasta hoy inexplicable, se expiden cuatro cheques del Banco Internacional a nombre de Manuel Ogarrio Daguerre por un total de 89 mil dólares, mismos que el abogado endosa y entrega a alguien más.
Los documentos llegaron, según las investigaciones del FBI, a manos del Comité para la Reelección del Presidente, cuyo presidente era John Mitchel, alto exfuncionario cercano a Nixon, quien declaró que él nunca se enteró de su existencia.
Se sabría después que los cheques con la firma de Ogarrio los recibió Hugh Sloan, el tesorero del comité, quien los entregó a un personaje clave: Gordon Liddy, un ex agente del FBI a cargo de las operaciones clandestinas de Los Plomeros de la Casa Blanca.
Liddy, a su vez, hizo llegar los cheques a Bernard L. Barker, uno de los detenidos en el Watergate, quien los depositó en la cuenta que tenía en el Republic National Bank de Miami.
De ahí salieron los billetes nuevos de 100 dólares decomisados al equipo secreto de operaciones ilegales al servicio de Nixon.
Lo que no se sabía hasta este momento es cómo y por qué se libraron esos cheques a su nombre, por qué los endosó y a quién los entregó Manuel Ogarrio Daguerre.
Esto fue lo que pasó: la historia completa
–¿Qué pasó entonces?
–Luego de la entrevista con el reportero –detalla Alejandro Ogarrio– voy con mi padre y le comento que hay un cheque con su firma y que ese cheque lo estaban relacionando con los ladrones del Watergate. Y en ese momento me cuenta todo:
Un día de abril de 1972 bajó don José Díaz de León, abogado que tenía sus oficinas en otro piso, al Banco Internacional, cuyas oficinas estaban en el mismo edificio, y les dice “quiero comprar 100 mil dólares en efectivo”.
El Banco Internacional le dice que no tiene 100 mil dólares en efectivo, sino solamente 11 mil. Los otros 89 mil, le dicen, los podemos abonar a través de un giro a nombre de una persona y que esa persona los endose, en cuyo caso esos giros son tan buenos como en efectivo. Mi papá bajó al banco con José Díaz de León, hicieron los giros y mi papá los endosó.
¿Qué hizo don Pepe Díaz de León? –se pregunta a sí mismo Alejandro Ogarrio–. Con lo que ya sabemos a posteriori, me da la impresión de que don Pepe llegó con Robert H. Allen, su jefe, que es quien se los debió haber pedido.
A mí lo que me parece más lógico es que se los haya entregado a Robert H. Hallen y que éste se lo haya entregado al Comité de Reelección de Nixon. No sé. Lo que puedo decir es lo que pasó con don Pepe Díaz de León, que trató de conseguir dólares y le pidió a mi papá que bajara con él al banco.
–¿Y don Pepe Díaz de León nunca le quitó esa carga a su papá, quien finalmente aparece en la historia como el intermediario directo de Allen?
–Por lo que sí puedo meter las manos al fuego, y es lo que dijo mi papá, es que esos cheques se los entregó a Pepe Díaz y éste se los entregó a Bob Allen. Don Pepe era empleado directo de Allen.
–¿Quién es Pepe Díaz de León?
–Yo no lo conocí, solamente supe que era gerente general de Compañía de Azufre Veracruz, acá en México, que junto con la Compañía Impulsora del Sur, eran filiales de la Gulf Resources and Chemical Corporation. Era gerente general de ambas y mi papá era abogado, a través de una iguala mensual, para la atención de sus asuntos laborales. Esa era la relación.
–¿Por qué hasta ahora, por qué no contó esto antes?
Por primera vez hay un largo silencio en la conversación. Alejandro calla durante muchos segundos.
–Porque decidí que ya no había nada qué decir. Decidí ponerme a la defensiva y guardar todo lo que sabía. Mi padre estaba muy afectado por todo lo que se estaba diciendo sobre los cheques y la seguridad nacional de Estados Unidos.
–Durante 50 años permaneció la duda de si su padre había firmado o no esos cheques. ¿Por qué nunca salieron a aclarar?
–¿Aclarar qué? ¿En qué sentido? Nosotros somos lo más low profile que te puedas imaginar. Cuando mi papá se entera de lo que decían de las implicaciones para la seguridad nacional de Estados Unidos, lo único que dice es “cómo me defiendo”. Y por eso voy con el procurador. Nunca, ni a mi padre ni a mí, se nos ocurrió salir a los medios a aclarar nada.
Lo que estaban diciendo los medios era que mi papá endosó esos cheques del Banco Internacional, pero ¿qué podría aclarar sobre el uso que hicieron cuando llegó al Comité de Reelección de Richard Nixon en Texas? No tenía ni la más mínima idea.
Todavía recuerdo que después de que vino el del New York Times recibí una comunicación de alguien que me imagino era del Washington Post, pero para entonces ya estaba en una posición defensiva.
Me decían “mister Ogarrio, do you speak English”. Y (yo les decía) “well… a little”.
Este es de los pocos momentos de la conversación en que, inevitablemente, se esparcen unas sonrisas.
En el libro de los reporteros del Washington Post, le adjudican ese intento de entrevista a Carl Bernstein: “Usando su primitivo español, Bernstein intensificó la búsqueda telefónica de Ogarrio y de cualquier información que pudiera obtener del elusivo mexicano. Gradualmente sus intentos se fueron convirtiendo en objeto de burlas benévolas en la redacción. Bernstein era incapaz de formar frases en castellano, salvo las propias de los libros escolares y siempre en presente.
“Las llamadas a México se efectuaban a banqueros, parientes de Ogarrio, sus excompañeros de trabajo en la abogacía, sus clientes, los delegados de los bancos mexicanos, la policía, la Facultad de Derecho. ¡Nada! El chiste que circulaba por la redacción era que a Bernstein le estaban contando en español la historia del Watergate y que él no lograba comprenderla”.
Es muy posible que esa fallida conversación de Bernstein haya sido con Alejandro Ogarrio Ramírez.
Los aparatos del espionaje mexicanos y la Conexión México
Aunque Manuel Ogarrio dejó de ser, al menos oficialmente, una persona de interés para la CIA en pocos días, para los aparatos del espionaje mexicano apenas comenzaba la historia.
Cincuenta años después, los archivos de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), la policía política mexicana de la época, aún conservan algunos rastros.
Una de las primeras fichas que permanece en los archivos de la DFS está fechada el 31 de enero de 1973, es decir, seis meses después de que estalló el Watergate.
La información apenas contiene pinceladas generales sobre Manuel Ogarrio: que nació en 1903, que había estudiado en el Colegio Francés y luego en la Escuela Libre de Derecho, que tenía dos despachos en la calle de Gante, que vivía en Cerro de Maika, Lomas de Chapultepec (la misma que tenía detectada el FBI), que era un abogado de 68 años. Sin antecedentes penales.
La DFS hizo esta anotación en la tarjeta: “Se hace notar que estos datos fueron proporcionados por este propio elemento en el año de 1946 en esta dependencia”.
Pero la fecha de la tarjeta no es la que corresponde al primer registro que se realizó. La tarjeta hace referencia a reportes previos con apenas días de diferencia de cuando el nombre de Manuel Ogarrio se vinculó a Los Plomeros: 5 de julio de 1972.
No solamente habían comenzado a seguir a Manuel Ogarrio, sino también a su hijo Alejandro. La razón: un conflicto laboral en el Banco de Londres y México, en el que debió intervenir Alejandro como apoderado legal. La fecha, 24 de junio de 1972.
Ahora se sabe que estas fichas y reportes con información general se originaron los días posteriores al asalto a las oficinas del Partido Demócrata, cuando el FBI había dado ya con los cheques con el nombre de Manuel Ogarrio Daguerre y antes de que The New York Times lo mencionara por primera vez el 31 de julio de 1972.
Luego la DFS le siguió la huella durante años, aunque de la vigilancia solamente quedan media docena de fichas con información fragmentada sobre empresas que representaba y el registro de sus actividades como miembro de la Comisión de Salarios Mínimos, o de su función como asesor jurídico de la Fábrica de Papel de Atenquique, Jalisco.
–¿Sabían que los espiaba la Dirección Federal de Seguridad?
–No –dice y ríe Alejandro cuando se entera de que esos documentos son resultado del espionaje de la DFS–. Vaya, vaya. ¡Qué maravilla! Eso explica por qué cuando llegué con (el procurador general) Ojeda Paullada, me escucha sin decir nada. Ya sabían, ya sabían quién era mi papá y nada más le faltó decir a don Pedro: “Nada más nos viene a confirmar lo que ya sabemos”.
La caída del imperio Nixon
Aunque la entrevista del FBI a Manuel Ogarrio no produjo resultados de mayor impacto, las investigaciones en torno al allanamiento a las instalaciones del Partido Demócrata llevaron a otros caminos.
El FBI fue reconstruyendo el rompecabezas que permitió descubrir la participación de algunos de los funcionarios más cercanos a Nixon en un esquema complejo para ocultar no sólo ese frustrado intento de espionaje, sino “operaciones de inteligencia” previas en contra
de políticos demócratas, periodistas y personas que habían filtrado información sensible del gobierno republicano, como los Papeles del Pentágono en 1971.
Conforme pasaron los meses, las revelaciones se fueron sucediendo. No sólo se sometió a juicio a Los Plomeros y sus jefes, sino que poco a poco se fue develando el papel de la alta dirección de la Casa Blanca en esa y otras actividades ilegales previas.
Woodward y Bernstein revelaron en septiembre de 1972 que John Mitchell, exfiscal general y presidente del Comité de Reelección de Nixon, controlaba un fondo secreto para financiar actividades ilegales en contra de los enemigos del presidente.
La ola crecía. En octubre, el FBI informó que el allanamiento a la sede del Partido Demócrata era parte de una campaña de espionaje masivo en el que estaban involucrados personajes de la Casa Blanca.
A pesar del escándalo que se suscitó por las continuas revelaciones de que la estructura de la Presidencia de Estados Unidos estaba implicada seriamente en los intentos de encubrir las operaciones ilegales, la posición política de Nixon no tuvo mayores afectaciones: en noviembre de 1972 se reeligió con una de las mayores ventajas que haya obtenido un candidato.
Un hecho dio un impulso determinante al caso: la orden del juez John Sirica para que Nixon entregara a los fiscales las grabaciones de sus conversaciones en la Casa Blanca. El presidente se negó a hacerlo, argumentando que tenía privilegios ejecutivos para no acatar el fallo. Más tarde, tendría que hacerlo, obligado por la Suprema Corte.
La difusión de una de ellas fue letal. La cinta, conocida desde entonces por el nombre de The Smoking Gun, contenía una conversación del presidente con Haldeman, su jefe de Gabinete, en la que discutían el asunto Watergate. La fecha en que se grabó: 23 de junio de 1972.
La grabación evidencia la pretensión del presidente Nixon de usar a Richard Helms, director de la CIA, para que detuviera las investigaciones del FBI en torno a las cuentas localizadas a Bernard L. Barker y la Conexión México.
La difusión de esas y otras grabaciones similares que revelaban un entramado de ilegalidades, así como las audiencias de la Comisión de la Cámara de Representantes para determinar si había bases para destituir a Nixon, marcaron el punto máximo del escándalo.
La cinta se difundió el 5 de agosto de 1974 y tres días después Richard Nixon anunció su renuncia.
–¿Recuerda la renuncia de Nixon?
–Yo iba a Cuernavaca –recupera de la memoria Alejandro Ogarrio– cuando escuché que renunciaba Nixon y que estaba por tomar su helicóptero. Me dio mucho gusto porque estaba pagando por la obstrucción a la justicia en relación con la investigación en México.
–¿Qué implicó para usted y para la familia Ogarrio?
–En el momento en que fui con el procurador General de la República y le dije exactamente lo que ocurrió, para la familia se acabó. Al final, cuando todo se aclara, la participación de mi padre es irrelevante.
–Hasta ahora que cuenta toda la historia.
–Pero no es un giro en todo lo que fue el Watergate; yo lo veo como una pequeña pieza. Para mi papá fue gravísimo; no sé si le quitó años de vida, pero en todo caso lo que hizo mi papá lo habría hecho cualquier otra gente que se hubiera prestado a ayudar a un cliente.
–Pero, dentro del concepto de la ley, lo que pasó sí tiene una lógica de lavado de dinero.
–A ver, en lo personal no veo blanqueo de dinero, menos en ese año, pero (qué haces) si un cliente te dice “don Manuel, esto es totalmente legal, es absolutamente legal, esto es para ser entregado al Comité de Reelección del presidente Nixon. ¿Por qué la prisa Pepe? Porque la ley va a cambiar pasado mañana y lo que hoy es legal, pasado mañana ya no”.
Mi papá pudo haber dicho no, y pues un cliente con quien tenía una relación de trabajo y de quien recibía una iguala, cómo por qué no ayudarle.
–Se arrepintió su padre de lo que hizo…
–Bueno, bueno. Desde que salió esto, mi padre me dijo: “Yo siempre he dicho que la firma ni a mis hijos, ¿cómo pude caer en esto?”. Claro que se arrepintió por lo que pasó, pero si esos cheques no hubieran caído donde cayeron, eso no habría tenido la más mínima importancia. Pero como digo en la familia: nos sacamos la lotería al revés.
Fábrica de Periodismo
Coordinación general y edición: Ignacio Rodríguez Reyna
Investigación: Susana Zavala / Jacinto Rodríguez Munguía
Apoyo en la traducción: Patricio Murphy
Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad
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