Violencia ácida, el rostro invisible del odio contra las mujeres

En un mundo donde las cifras de violencia de género crecen de forma alarmante, una de las formas más crueles y menos visibilizadas de agresión es la violencia ácida. Esta práctica no solo atenta contra el cuerpo de las mujeres, sino que busca desfigurarlas, borrarlas del espacio público, destruir su identidad y reducirlas al silencio.
Las víctimas de ataques con ácido enfrentan no solo dolor físico insoportable, sino un calvario social, legal y psicológico que dura de por vida. Según datos de Acid Survivors Trust International (ASTI), cada año se registran aproximadamente 1,500 ataques con ácido en el mundo, aunque la cifra real puede ser mucho mayor, ya que muchos casos no se denuncian por miedo, vergüenza o falta de apoyo institucional.
En Latinoamérica, países como Colombia y México han visto un incremento en estos delitos, especialmente contra mujeres jóvenes, en contextos de relaciones afectivas fallidas o violencia doméstica. En México, la violencia ácida no se contempla de manera específica en el Código Penal Federal. Esto significa que, salvo en algunos estados como Puebla, Oaxaca o Ciudad de México, los ataques con ácido se procesan como lesiones dolosas, lo cual no refleja la gravedad de este crimen.
El Colectivo Mujeres de Fuego, una organización que acompaña a víctimas en México, ha documentado que más del 85% de los ataques con ácido en el país tienen como objetivo a mujeres, y en su mayoría el agresor es una expareja o alguien del círculo cercano de la víctima.
Es fundamental hablar de la atención médica y psicológica que requieren las sobrevivientes. Las cirugías reconstructivas pueden superar los 500,000 pesos mexicanos, y en la mayoría de los casos no son cubiertas por el sistema público de salud. A esto se suma la discriminación laboral, el estigma social y la falta de políticas de acompañamiento integral.
Frente a esto, el papel de los medios y de la sociedad civil es vital. No podemos seguir tratando estos casos como “crímenes pasionales” o “actos aislados”. Son parte de una estructura de violencia sistemática hacia las mujeres. Nombrarlos correctamente es el primer paso para erradicarlos. Es necesario exigir reformas penales, pero también transformar la cultura que sigue normalizando el control y la posesión sobre los cuerpos femeninos.
La violencia ácida es un crimen de odio. Es urgente que se nombre así. Y más urgente aún, que se frene.